MI RENCUENTRO CON LA COMIDA "¡Otra vez sopa de verduras!", pensaba con fastidio, mirando mi plato con desinterés. Si soy honesta, mi relación con la comida siempre fue complicada. Cuando era niña, la comida era un juego, pero al crecer, se volvió algo confuso. Con 15 años y viviendo aquí en Naucalpan, entre la escuela, mis amigos y las redes sociales, todo el tiempo escuchaba sobre dietas milagro, cuerpos perfectos y "comida prohibida". Y claro, yo quería encajar. Empecé a obsesionarme. Contaba calorías, evitaba ciertos alimentos y me sentía culpable si comía algo "malo". Mi energía bajó, mis cambios de humor eran constantes y, la verdad, me sentía más infeliz que nunca. Mis papás lo notaron. Mamá, que siempre ha sido muy observadora, me veía sin ganas de comer y siempre cansada. Un día, después de que dejé mi cena casi intacta, se sentó a mi lado. "Monse", me dijo con voz suave, "¿Qué está pasando con la comida? Te veo preocupada". En ...
MI ALARMA, MI GRAN CAMBIO Para ser sincero, siempre fui de esos que odian las mañanas. Mi alarma, un pitido horrible en mi celular, era el sonido más molesto del mundo. La posponía una y otra vez, cinco veces mínimo, hasta que ya era tarde y tenía que salir corriendo para no perder el camión a la secundaria. Desayunaba a las prisas, me vestía como podía y casi siempre llegaba de mal humor a la escuela, aquí en Naucalpan. Un sábado por la mañana, mi papá me vio en esas. Él no es de hablar mucho, pero cuando lo hace, sus palabras se quedan grabadas. "Daniel," me dijo, "una buena mañana empieza la noche anterior. Y una buena alarma no solo te despierta, te impulsa." En ese momento, no entendí del todo a qué se refería. Pensé que solo era otra de sus frases de papá. Pero al día siguiente, cuando sonó ese maldito pitido, algo fue diferente. En lugar de estirar la mano y buscar el botón de posponer, me levanté. Fue casi un impulso, una curiosidad. Decidí que iba a probar...